Por suerte las palabras todavía tienen algún peso. Es
más fácil que un funcionario caiga por un comentario errado que por escamotear
millones de pesos. Encima la gente se ha vuelto más sensible y percibe insultos
incluso donde no los hay. Lo que durante años fue gracioso ya no lo es y
vocablos comunes y corrientes pasan a ser ofensivos, creando tierra fértil para
cultivar eufemismos. A la gente le molesta que los gobernantes sean hipócritas,
pero más les molestaría que fueran sinceros. El mundo de la política ha optado
por mejor no decir nada y sus parlamentos se han vuelto más banales que un
sermón católico dominical. Quizás el libro más aburrido del año sería uno
titulado Antología de discursos
presidenciales durante inauguraciones de obras públicas.
Quienquiera que haya estado en un evento con la clase
política sabe que los discursos solo sirven para ansiar que ya terminen. En los
arranques de foros, ferias y demás eventos pasa lo mismo, así sean ferias de
libros, y siempre se remata con el infeliz protocolo de: “Siendo las tales
horas con tantos minutos del día tal del mes tal del año tal, declaro
formalmente inaugurado…”.
He estado en encuentros literarios que no dan inicio
porque “el gobernador está retrasado” y el público debe esperar dos o más
horas. O peor aún, se interrumpe una interesante conferencia porque “ya llegó
el secretario”, y el fin de la espera o la infausta interrupción son para
escuchar el burocrático bla bla mientras se mira el reloj.
Aunque algunos discurseros ganan buena lana, hay que
compadecerlos un poco. Muchos son redactores sin talento que escriben de
acuerdo con su nivel. Otros son escritores medianos que en verdad se esfuerzan
para sustraerle al lenguaje todas sus calorías, al tiempo que se busca la
grandilocuencia. “Es a través de las políticas públicas, del marco normativo y
de las reformas estructurales que hemos impulsado, a partir de las cuales
queremos lograr que nuestro país entre en un mayor dinamismo económico”, o
bien: “Esto acredita que las acciones que se llevan a cabo son parte de un proceso
que eventualmente va tomando tiempo, pero que al final de cuentas se van
concretando los objetivos para los cuales emprendemos estas acciones”.
La banalidad, las redundancias, los circunloquios y
los errores abundan.
Sin embargo, la prensa dedica harto tiempo o espacio a
reproducir esas peroratas, y hay quien las lee quesque para estar enterado. Y
dado que la prensa dedica ese tiempo o espacio, hay que organizar más inauguraciones
y ofrecer más discursos triviales con aplauso seguro.
Al principio dije que las palabras todavía tienen
peso. Mas en el mundo de la política y de la cotidianidad solo pesan cuando son
erradas, descarriladas, ofensivas. Su peso solo puede ser lastre.
Hay otro universo, donde está la poesía, la novela y
demás literatura; ahí la palabra tiene peso y vuela, tiene carbohidratos y
alimenta; tiene sustancia y precisión; tiene belleza y significado. Lástima
que, estando abierta la puerta de ese universo, apenas unos cuantos quieran
entrar. Lástima que afuera se quiera quedar el vulgo, que, sin perdón, así se
llama.
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